Fernando García Naddaf

Fernando García Naddaf: “Creo que existen pocas cosas en el mundo del arte más cargadas de sentido que cuando un museo se dedica exclusivamente al arte de mujeres”

El actual Agregado de Prensa y Cultura de Chile en los Estados Unidos, Fernando García Naddaf, cuenta con una larga trayectoria como docente especialista en ciencias políticas, relaciones internacionales y comunicaciones.

Doctor en Comunicaciones de la Universidad de Paris VIII, con estudios de Ciencias Políticas en Berkeley, ha publicado artículos y libros sobre la relación entre política y relaciones internacionales en América Latina, en redes sociales, con énfasis en la promoción de la paz.

Quisimos conocer su visión sobre la importancia del National Museum of Women in the Arts en la escena artística de los Estados Unidos, así como los desafíos pendientes en la política exterior de nuestro país, a fin de equiparar las brechas de género en materias culturales.

¿Cuál es la importancia para el mundo del arte que exista un Museo dedicado exclusivamente al arte realizado por mujeres?

Creo que existen pocas cosas en el mundo del arte más cargadas de sentido que cuando un museo se dedica exclusivamente al arte de mujeres. Esto porque la misma palabra “museo” viene de “musas”, que son mitológicamente representaciones femeninas de la inspiración en el arte. Es como si el museo en su sentido más profundo fuera el espacio reservado para las mujeres, la inspiración y el arte. 

Paradójicamente, por siglos, sabemos que la función del museo como institución, en Occidente, estuvo monopolizada por la expresión pública de hombres que coparon esos espacios. Solo ahora, a partir de los siglos XX y XXI, vemos cómo se devuelve al género femenino ese valor que había sido concebido en su origen por los griegos de la Antigüedad en la representación de las musas.

Desde esa mirada, un museo dedicado al arte de  mujeres, tal como es el National Museum of the Women in the Arts en Washington DC, es un viejo reencuentro de una pulsión humana muy profunda, que se intuía ya en el origen de la civilización, pero que solamente toma forma pública, o se reintegra al sentido original y gracias a persistentes luchas culturales, solo en nuestros días.

En ese sentido, este museo tiene un valor muy significativo que creo debe siempre evocarse  cuando uno se expone a la experiencia de recorrerlo. Creo que esta mirada sirve para enriquecer la experiencia, y da a la apreciación artística no solo un valor estético o de aproximación racional a lo estético, si no además le agrega un contexto cultural que eleva el significado de las exhibiciones. Es como devolverle el templo a las musas, y eso a mí me evoca cosas sacras o a cultos ya olvidados.

En tu calidad de Agregado Cultural ¿Cuál crees que es la apreciación que hay en el exterior sobre las industrias culturales de Chile?

Para mí es muy evidente que la apreciación de las industrias culturales chilenas en el exterior es muy superior comparado con lo que se valora en nuestra sociedad. Se me vienen muchos argumentos. Nada más lejano a simple chovinismo.

Me ha tocado vivir y trabajar en promoción cultural chilena en importantes centros urbanos de cultura como París, Moscú y hoy Washington DC. En cada uno de ellos la demanda por arte que viene hacia nuestra sociedad es mucho más amplia en términos de materialidades, contenidos y estéticas que lo que nosotros mismos estamos dispuestos a reconocer o a promover.

Para corregir esa diferencia, y hacer más fuerte la presencia del arte chileno afuera, tiene que ver con la forma en que nos miran desde afuera y la forma en que nos miramos. En ese sentido, creo que hay que partir sincerándonos culturalmente. Para el mundo europeo o norteamericano, la sociedad chilena, antes de ser “chilena” es, ante todo, latinoamericana. Nos ven como “latinos” o “hispanos” antes que como “chilenos”. Este último es solo un segundo nivel de referencia.

Lo latino, lleva a quien lo percibe, desde afuera, a un contexto cultural que se reconoce en el idioma, la herencia mestiza, la geografía compartida y temas políticos y sociales particulares. En todas ellas la “latinidad”, por decirlo de algún modo.  Entonces, el extranjero que quiere conocer a Chile y su realidad cultural, su sensibilidad en el arte, nuestros temas, críticas o esperanzas, lo hace siempre entendiendo que lo hablamos primero desde un paisaje latinoamericano. Esa es la puerta de entrada. Luego se puede ir desarrollando la particularidad de la sociedad “chilena”, pero el punto de vista de partida, es la cultura latinoamericana. Creo que es muy importante partir de ese entendimiento que yo veo se repite una y otra vez cuando me enfrento a gestores culturales del hemisferio norte.

Nuestros artistas nacen, crecen, se educan y trabajan en un contexto muy distinto al de ellos, y eso despierta la curiosidad. Tenemos otros signos de reconocimiento, otros artefactos, otros arrastres históricos, y ellos quieren conocerlos. Por lo mismo, mi impresión es que el arte y la cultura que se hace en Chile, pero que busca asemejarse o identificarse mucho con las producciones Europa, o la cultura de Estados Unidos o Canadá, a veces no es tan apreciada en esos países. 

Cuando partimos del reconocimiento de esa pertenencia a Latinoamérica, se llega muy lejos.  Mi impresión que ese es un rasgo que se repite en los artistas que triunfan afuera. Ejemplos sobran, desde Roberto Matta a Violeta Parra, de Gabriela Mistral a Cecilia Vicuña o Mon Laferte, entre varios otros.

Hoy en Chile hay muchos artistas que hablan y trabajan desde ese registro, lo que me parece muy bueno. Pero falta que más gestores culturales, los museos y la institucionalidad les den ese carácter. 

¿Cómo ves la relación entre arte y política en nuestro país?

Esa relación ha pasado por muchos momentos en los últimos 60 años. Desde el desarrollo de la cultura crítica y “revolucionaria” de los años 60 y algo de los 70; en los 80, los intentos desde de algunos sectores por generar una cultura institucional, de autoridad y muy controlada que tuvo fetiches como el Neofolclore y la exaltación del mundo rural del centro de Chile; luego con el retorno a la democracia, el arte y la cultura marcados por la lucha y el reconocimiento de los derechos humanos, por un lado, y la emergencia de la cultura del “Chile Jaguar” exitoso, metálico y emprendedor, por el otro. Eran tiempos donde las expresiones de la política y el arte, y esas fracturas internas, estaban en línea con la discusión sobre el postmodernismo que se dio con fuerza en el Chile de esos días.

Por último, en los últimos 10 años, lo que algunos llaman “metamodernismo” que a mí me hace mucho sentido por su pololeo con la política. Tiene que ver con el escepticismo y la ingenuidad que hoy parece omnipresente tanto en la política como en el arte, y que es una reacción que se ve en ambos planos con lo que parece ser viejo, con las viejas verdades sólidas, incuestionables. Es decir, un cuestionamiento a las instituciones y prácticas del siglo XX, que tenían formas análogas o mecánicas. Hoy, todo eso está en cuestionamiento y se ve en la política y en el arte. 

Por eso irrumpe en ambos mundos el tema de la post-verdad. También  el proceso de desestructuración en todo plano. Hay des-referenciamiento generalizado. Los valores se desploman, pero como no hay referentes nuevos, no se construyen reemplazos, solo aparecen enjambres de valoraciones que aparecen y desaparecen con la velocidad de un trending topic o la liviandad de los influencers. La única estructura que va quedando para dar solidez a la sociedad es la de la malla de las redes digitales y el mercado. Apenas un poco más.

La reacción a ese mundo vivido que se desinfla viene tanto de la política como del arte. En la política los conservadores buscan aferrarse a algo que ya parece totalmente muerto, y los liberales o progresistas buscan adaptarse sin éxito con innovativos y arriesgados experimentos institucionales. Tanto unos como otros son reacciones al des-referenciamiento que genera angustias a todo nivel.

En el arte, hay experimentos análogos. Mientras unos quieren dar voz a las nuevas identidades o se suman a las luchas de todo tipo de grupo subordinado, al otro lado, emergen expresiones de cultura y arte urbano que se desentiende e incluso desprecia la política, y que exalta el lado oscuro del mercado en sus formas de consumismo y un hedonismo extremo.

En fin, cuando uno observa con distancia el ejercicio de la política, así como en el desarrollo actual del arte en estos días abundan los paralelismos.

Dentro de esa articulación, ¿qué experiencias americanas replicarías en Chile?

Si se trata de arte propiamente tal creo que sería un error replicar el arte de otros contextos culturales. Lo bonito sería que dado el nuevo contexto cultural que vivimos, eso del “metamodernismo”, surjan cada vez nuevos artistas que den forma a una voz propia y original, ojalá de estilo único, y que sea producto del vivir de nuestro propio paisaje.

Si se trata de gestión cultural, efectivamente creo que hay muchos espacios todavía. En Estados Unidos la ley para deducir impuestos a partir de donaciones, es un gran motor para instituciones de gestión cultural, para promover museos, exhibiciones y otro tipo de proyectos culturales. En Chile, aunque tenemos algo, no es suficiente para dar fuerte impulso.

El aporte que el Estado hace en el mundo desarrollado es también muy importante. No solo en Francia, Alemania, España o Italia. También en Estados Unidos, se desconoce el aporte que hace el Estado a través de museos gratis, especialmente en Washington DC.

Por otro lado, los gestores culturales en Europa y en Estados Unidos tienen formas innovadoras y prácticas de su trabajo, que hacen que se conviertan en un importante actor de la industria cultural. Su rol se expresa tanto en la promoción de los artistas, en la construcción del tejido social, como también una particular forma de vida, sin tener que depender tanto de proyectos concursables o hasta de la buena voluntad de los amigos y conocidos, como muchas veces ocurre en países. Salvo notables excepciones, la gestión cultural en Chile es para muchos un apostolado. Muchas experiencias en ese sentido se pueden replicar. 

¿Viviendo en un país con tanto arraigo cultural,  notas con mayor nitidez la brecha de género del arte en Chile?

Creo que dentro del mundo del arte esa brecha en Chile es cada vez menor. Yo lo veo desde mi vitrina como Agregado Cultural. Creo no equivocarme si te digo que la mayoría de artistas y gestoras culturales que se me acercan hoy con proyectos interesantes son precisamente mujeres. La primera vez que trabajé como Encargado de Cultura en Moscú, cerca del año 2000, la cosa era al revés. Eran los hombres los que estaban más presentes.

El tiempo se está acomodando a esa sensibilidad y los mundos políticos y sociales están dando nuevos espacios. Por lo tanto, así como en otras dimensiones, se intuye que estamos en proceso de transformación también en ese sentido.

¿Qué medidas se podrían implementar para avanzar en esta materia?

Creo que un proyecto de asociatividad entre mundo público y privado para generar es justamente algo similar al Museo Nacional de Mujeres en el Arte en Chile, sería de mucho interés. Muchos estarían dispuestos a impulsar una iniciativa de este tipo. No sé si hay alguien que haya tomado ese impulso, pero sin duda que sería importante por el momento que vivimos.  Hoy, cuando hay sectores que cuestionan el espacio o el rol del Museo, con mayúsculas, como institución,  y lo critican como un elefante blanco e institucional de elitización del poder cultural, podría ser apropiado hacer el esfuerzo en el sentido contrario. Al menos, la experiencia en países como Estados Unidos, Francia, España o incluso Rusia, que siguen abriendo museos, y donde el tema de género aún tiene mucho espacio para seguir desarrollándose, son prueba que los museos seguirán cumpliendo el importante rol que han cumplido durante los últimos siglos.

Chile necesita más hitos de este tipo, y aunque pareciera ser que las condiciones económicas nunca llegan, las condiciones políticas y sociales para levantar un proyecto de este tipo sin duda que sí están. 

¿Qué impacto genera en la carrera de una artista mujer, exponer sus obras en los Estados Unidos, cómo es el caso de Francisca Rojas, que contó con el apoyo de la Embajada de Chile?

Me encanta la experiencia que está teniendo una artista como Francisca Rojas en Estados Unidos. Aquí se están confabulando una serie de buenos elementos: una artista de calidad, que tiene un “relato” de su producción artística, que desarrolla un estilo propio, que es reconocible en la huella que deja y que, además, tiene habilidades para gestionar su obra. Es la “tormenta perfecta” para el despegue de un artista. Como resultado, se le abren las puertas tanto en Chile como en Estados Unidos. Su obra no solo se expone en el NMWA, sino que en la Galería privada ROFA cerca de Washington DC, donde actualmente se promueve su obra. Ha sido un éxito y ha vendido mucho. Entiendo que casi toda la producción que expuso. Estoy seguro que Francisca seguirá creciendo en su trabajo. Será capaz de ir desarrollando nuevas aproximaciones al arte, criticando su propio momento y vivir, enriqueciendo su sello. Si lo hace, se le seguirán abriendo puertas en otros países. Creo que el siguiente paso es profundizar en el mundo del arte norteamericano, en Nueva York, por cierto, pero también saltar hacia el mundo europeo.